Por equipo SACO
Desde octubre de 2019, gracias al estallido social en Chile, hemos debido realizar el ejercicio de repensar nuestra sociedad en todos sus aspectos, desde nuestras propias vidas e intimidad, hasta las relaciones humanas, la política, nuestros sistemas de trabajo, la economía y en nuestro caso, con mayor énfasis, el arte y cómo este forma parte del tejido simbiótico de nuestros territorios. A eso, se sumó el tremendo impacto provocado por la expansión de la epidemia de Covid-19, que ha traspasado todas las fronteras no solo físicas, sino que también mentales y espirituales para obligarnos a reflexionar sobre los mismos temas. Ambas situaciones nos colocan en un escenario tan crítico como esperanzador, al plantearnos qué queremos realmente para nuestras vidas y nuestras sociedades.
En medio de un contexto en donde se privilegian e imponen los discursos centralistas, existe la profunda necesidad de levantar voces desde la periferia. La realidad del norte de Chile no es la misma que los medios tradicionales imponen a través de todas sus plataformas ni el discurso político cuya costumbre de mirar fijamente el ombligo metropolitano, precariza aún más la urgencia de respuestas y acciones en torno a las necesidades de la “gente del norte”, esa concepción bastante peyorativa con que se nos rotula a todos quienes vivimos más allá de Valparaíso.
La dificultad de levantar planteamientos propios desde la periferia es enorme, producto de la hegemonía de estos discursos aprendidos, no solo en Chile sino que en toda Latinoamérica, donde todos quienes no viven y trabajan en las grandes capitales y urbes, parecen ser una masa informe de empleados desechables, sin derecho a opinión ni a voto a menos que luche por él. Y ya sabemos cuál es la reacción del pensamiento centralista cuando eso ocurre.
Desde la creación artística tenemos la misión de repensar el presente y el futuro cercano desde diferentes aristas: su vulnerabilidad, el desprecio de los estados y buena parte de las empresas privadas por el arte, y los artistas que al parecer, deben ser siempre los primeros corderos sacrificados para sobrevivir a cualquier crisis.
Todos estos elementos nos hacen creer que hoy es más necesario que nunca alzar la voz. Primero, porque la contingencia política y social de Chile nos llamó a hacerlo y ahora, por esta compleja y difícil situación sanitaria que pone en juego la vida de las personas, dejando al desnudo la fragilidad congénita de nuestros sistemas económicos y sociales y la misma forma en que nos comunicamos, en que nos miramos a la cara… o nos mirábamos. La seguridad que nos daban los discursos aprendidos se ha perdido para siempre y es extremadamente urgente abrir los ojos y cambiar el rumbo que la historia había tenido hasta hace tan poco meses.
Quizás la primera enseñanza es que nunca más debemos ser espectadores pasivos de los sucesos y asumirlos como hechos inamovibles que deben ocurrir, como si fuéramos héroes griegos con un destino trágico que no podemos evitar. Todo lo que ha ocurrido en Chile nos debe llamar a la reflexión y después, a la acción, porque ningún muerto, ningún herido, ningún ojo perdido, ninguna manifestación multitudinaria, habrá valido la pena si no nos instalamos en esos espacios que se abran desde la conciencia. De eso depende la forma en que actuaremos mañana.
Sabemos que no es momento de exigir pues hay otras prioridades. Pero también sabemos que es momento de repensar nuestra sociedad, con todas sus virtudes y defectos, desde una mirada integral del territorio, sus expectativas, proyecciones y necesidades, y para eso no bastan medidas cortoplacistas basadas en la entrega de bonos y sucedáneos para aliviar el dolor. Al mismo tiempo, necesitamos pensar y actuar sabiendo que con o sin acciones estatales, quienes estamos inmersos en los procesos culturales y artísticos, sentimos que nuestro particular universo se está reconfigurando naturalmente, como todo organismo que busca sobrevivir en medio de situaciones extremas, en un proceso de pérdida de ingenuidad irreversible.
Las crisis abren la tremenda oportunidad de analizar con otras miradas el futuro, con la esperanza de no cometer los mismos errores; abren paradojas que no habíamos visualizado, porque esa normalidad de la que muchos se empeñan en hablar, como si se tratase de un oasis al que por obligación debemos llegar para salvar nuestra vidas, ya no será la misma, nunca más.
Fotografías: Sebastián Rojas
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